De acuerdo con mi experiencia en la ciudad de Manta y la que he escuchado de otras personas afiliadas, los servicios de salud que el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) proporciona a sus afiliados no están a la altura de las expectativas de estos.

Las atenciones médicas se dan con mucho retraso a lo esperado por los pacientes; y, cuando llega la fecha de la cita, el denominador común es hallar al médico de turno muy ocupado frente a la pantalla de su ordenador llenando las formas que le exige la alta dirección del Instituto, quedándole poquísimo tiempo para auscultar a fondo las dolencias del paciente y disponer una acertada prescripción.

Hay escasez de especialistas, lo que hace más demorada la cita con uno de ellos. Esto es particularmente grave considerando que la costumbre ecuatoriana es ir al médico cuando el mal ya no permite hacer otra cosa. Y las medicinas también escasean.

Hace poco tuve necesidad de atención médica para una dolencia lumbar recurrente. El profesional que atendió mi caso dispuso un tratamiento de fisioterapia dentro de la misma casa de salud.

Conseguí la primera cita y fui puntual en la fecha y hora predeterminadas. Cuando me presenté, una señorita que trabajaba en su escritorio frente a la pantalla del ordenador anunció amablemente que el fisioterapeuta asignado a mi caso no llegaba ese día. Entonces llamó a otro profesional de la especialidad (una mujer), que se hizo presente con inocultables signos de hallarse muy ocupada en otros pacientes.

Aceptó de mala gana hacerse cargo de mi caso; me hizo esperar unos 20 minutos y retornó para ordenar que me recueste sobre una camilla, procurarme un masaje y dejar una compresa caliente sobre mi espalda. Regresó bastante rato después a retirar la compresa y anunciar que yo debía volver al siguiente día en una hora fijada por ella.

Volví puntual, pero esta vez quien faltó es aquella chica. Viendo mi espera solitaria, un joven terapeuta se acercó y preguntó mi caso. Me procuró un tratamiento de ultrasonido, seguido de otra compresa caliente. Pero se alejó sin decir nada y tuve que pedir a otro terapeuta que retire la compresa ya fría; y este también se ausentó sin musitar palabra. No había alrededor a quién consultar si era preciso regresar al día siguiente.

Ninguno de esos fisioterapeutas dijo cuál era el tratamiento al que me sometían, qué medicinas usaban, ni a cuántas sesiones debía concurrir.

Ante tanta negligencia decidí presentar mi queja, pero no había a quién. Solo después de pasar por 5 despachos diferentes me hicieron saber de la oficina de Atención al Paciente, donde una señora escuchó mi queja y prometió hacerla llegar a quien correspondía. Desconozco qué sucedió después. Y, por cierto, como nadie me dijo entonces cuándo tenía que volver, no he regresado hasta hoy.

José Risco Intriago.

MANTA (Año 100 del cantón), Ecuador, martes 11 de octubre del 2022.